Pedir bajo amenaza no es pedir,
es otra cosa...
(Sobre la exigencia de un plan de colonias urbanas con fecha límite)
La convivencia con los gatos es un hecho inherente al asentamiento de
comunidades humanas. No son pocos los “servicios” que los gatos han prestado a
la sociedad, siendo el más conocido el control de roedores. El gato nacido en
la calle es responsabilidad directa de la administración y es ella la que debe
proveer de los medios para que la convivencia entre felinos y vecinos sea
armoniosa. Hace ya décadas que la CES (captura, esterilización y suelta) de los felis catus,
además de otras medidas de gestión de colonias, se ha revelado como
la manera más barata, efectiva y ética de manejar esta realidad. En cada
vez mas ciudades españolas y europeas las
asociaciones cuentan con voluntarios abnegados que asumen la atención
directa con los animales y las partidas municipales suelen contribuir
con el
proceso. Las entidades gateras, además, acostumbran a
detectar aquellos gatos caseros que han sido abandonados o están
perdidos. Para
estos, la calle no es un buen lugar, y el retorno o una nueva familia es
la mejor
opción.
Las antiguas capturas masivas de los animales despreciados por
carecer
de un dueño particular- por ser propiedad de todos en realidad- van
siendo
desterradas por inútiles, caras e inmorales. Inútiles ya que los
espacios vacíos, tarde o temprano, son
conquistados por nuevos gatos. Son caras, porque cualquier euro
invertido en algo
inútil es despilfarrado e inmoral por que violentan los principios
éticos de respeto a los animales sentientes que recoge el Tratado de
Lisboa en su artículo 13.
Es muy oportuno realizar un
cuidadoso plan de colonias urbanas para disfrutar de todos los beneficios que
reportan los gatos - también como atracción turística- sin ninguno de los
inconvenientes, pero para eso se necesitan al menos seis meses y una oportuna
contribución. Cartagena tiene la
oportunidad de hacer las cosas bien, pero como en todo, se hace imprescindible
un tiempo mínimo de preparación y ejecución de los protocolos, un presupuesto y
buena voluntad. Si uno impone unas condiciones draconianas ¿igual no es que esté
preocupado por salvaguardar la salud y convivencia de los animales de dos y
cuatro patas? ¿igual es que quiere dar un golpe sobre la mesa aunque le cueste la
vida a cientos de gatos, el disgusto de muchos ciudadanos y ciudadanas y el prestigio a la ciudad?.
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